Para el canon occidental la música de Johann Sebastian Bach supone un hito cultural, un modelo de perfección artística cercano a lo divino. Gran parte de su obra, de hecho, está impregnada de una profunda espiritualidad. Hay quienes han llegado a pedir la santificación de Bach, pues lo consideran un auténtico apóstol de Dios cuyos milagros se han manifestado en forma de música. Sin embargo, el cine, con su poderosa capacidad para transformar la realidad y conferir nuevos significados, ha utilizado la música bachiana no sólo para ilustrar imágenes beatíficas, sino para poner banda sonora al mal. Bach ha servido también para representar el lado tenebroso del ser humano. En el presente capítulo se muestran algunos de los casos más significativos y, sobre todo, se analizan los elementos semióticos que operan para que la combinación entre imagen y música consiga tal fin. En ocasiones, las obras de Bach funcionan anempáticamente con respecto a lo que se muestra en la pantalla, es decir, imagen y música parecen narrar cosas antagónicas, sin embargo la combinación de ambas causan una potente sensación de desasosiego. En otros casos, la música bachiana adquiere significados más complejos, por ejemplo manifestándose como símbolo de lo gótico (es decir, lo siniestro o misterioso) o como metonimia de la Ilustración y, por ende, de los horrores a los que nos ha conducido su dialéctica (según postularon Adorno y Horkheimer). En definitiva, el texto indaga en cómo el arte cinematográfico ha sido capaz de descubrirnos el lado maligno de Bach.
