El cuerpo de cada cual remite siempre a una individualidad, a una identidad única, a una persona, que según el diccionario académico es una palabra proveniente del latín persōna ‘máscara de actor’, ‘personaje teatral’, ‘personalidad’, ‘persona’, este del etrusco φersu, y este del griego πρόσωπον prósōpon. Es decir, persona indica el personaje que el sujeto representa en el teatro del mundo, en la sociedad. Por otro lado, representa un individuo, el quien de cada cual. Con el cristianismo, persona adquirirá el sentido de individualidad irrepetible de cada uno de nosotros, conectada con la carnalidad corpórea, la singularidad de cada cuerpo. Claro está, que esa singularidad del soma no es completa sin la interioridad que es lo que construye la identidad del sujeto, es decir, los elementos psicológicos, las actitudes, las posturas, las mentes, los espíritus, las almas. El espíritu, es decir, el carácter personal, el genius que para los romanos era ese dios tutelar que se asociaba con cada persona a quien transmitía un carácter y que no se puede pensar sin un cuerpo específico. La identidad del sujeto, en cualquier caso, no radica en el imago corpóreo, sino que las pasiones, las emociones, los instintos son los que moldean el carácter, el principium individuationis schopenhaueriano, para introducirnos en las pulsiones, esos elementos de carácter irracional que Freud entendería entre lo psíquico y lo somático, algo que proviene del interior del organismo. A estos cuerpos y almas, a cuestiones muy actuales relacionadas con la enfermedad, su etiología, la curación, a la historia cultural de esos conceptos, a los discursos y su praxis social, es decir, a las construcciones sociales, los modelos de representación que se conectan indefectiblemente con modelos ideológicos, al cuerpo que representa «el espacio de tensión por excelencia, es decir […], lugar donde se enfrentan y encarnan discursos, a veces incluso antagónicos,
sobre el hombre y el mundo», se dedican estos estudios interdisciplinares.
