La ciudad, escribía María Zambrano, "es lo más creador entre las estructuras de humana convivencia". Ámbito del saber, la cultura, el arte, la economía, el derecho, las oportunidades, el desarrollo personal, con frecuencia es ajena hoy a esos elevados rasgos. El gigantismo de algunas intervenciones, la ordenación que da preferencia a modos motorizados privados de moverse frente a otras opciones, la discontinuidad, la escasa cualificación de unos ámbitos en favor de otros, la inseguridad de determinados barrios y recintos, o la falta de elementos atractivos y amables hacen que el espacio urbano sea percibido como un ámbito ajeno, extraño e inhóspito, privado de las condiciones esenciales para ser sentido como un espacio de ciudadanía.
El urbanismo, "ciencia de la administración de los valores urbanos", según una ya vieja definición del historiador del arte Giulio Carlo Argan, debería centrar el foco de su actividad en la recuperación de los mejores valores de la ciudad, en la ordenación y el diseño de los suelos, los tejidos y los espacios por y para el conjunto de los ciudadanos. En definitiva, en la humanización de las ciudades. Bajo estas premisas, el trabajo de investigación en el que se sustenta esta comunicación pretende acotar y especificar algunas de las claves del problema; la definición de una serie de atributos que, según nuestro criterio, ha de tener una ciudad humanizada (ciudad segura, igualitaria, justa, accesible, participativa, atractiva, acogedora, integradora, amable, resiliente, saludable, equilibrada, etc.), así como una secuencia de parámetros prácticos relacionados con dichos atributos (mezcla de usos y actividades, densidad residencial, escala adecuada, edificios bajos, permeabilidad peatonal, vegetación, espacios verdes, etc.) que aplicados a la configuración del espacio urbano ayudarán a conseguir estas cualidades, generando repercusiones positivas para todos los ciudadanos, para el medio ambiente, e incluso para la economía.
